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Cuando Dos Alemanes Nos Adoptaron

A lo largo de la vida (lo largo que puedan ser 25 años) he escuchado personas de diferentes países en diferentes contextos y con poca o nada de relación decir: “si alguna vez vas a mi país, tienes una casa a la cual llegar”.
“Ay, igualmente”

Hasta hace poco tiempo, mi pensamiento era que esta era una simple formalidad, dicha en la emoción del momento, de conocer personas, y que funcionaba de la misma manera al “qué bonita chamarra” “Cuando quieras”.

NUNCA, NADIE ha pedido prestada la prenda de ropa de la que le dijeron “cuando quieras”. Y luego la gente se pone a ofrecer casas? Formalidades dudosas; o al menos, eso creía. Hasta que la mañana que amanecimos en la cima de un volcán, Julia, una bella y sonriente alemana con un excelente español, le ofreció a Héctor hospedaje para nuestro paso por la Ciudad de Guatemala (en ese momento nos encontrábamos en Antigua, la ciudad donde se detuvo el tiempo). Platicamos un rato y nos enteramos que Julia era miss de alemán e inglés y que vivía en Guatemala con su esposo alemán; intercambiamos celulares “por lo que se ofreciera”, platicamos un poco más, y cada quien volvió con su grupo.

Una semana y media después, planeando nuestra siguiente parada en Guate, recordamos a la amable maestra y mil preguntas cruzaban nuestra mente ¿Le tomamos la palabra? ¿Le mandamos mensaje? Pero ni nos conoce ni la conocemos ¿Que tal que sólo lo dijo por la plática pero si le mandamos mensaje le da un infarto? Bueno, pero ella se ofreció, ¿No? ¡¡¡Qué hacemos!!!

Después de darle un millón de vueltas (sin exagerar), decidimos mandarle el mensaje y acordamos quedarnos con ellos 4 días y los otros 4 en otro lado, porque no sabíamos bien cómo iba a estar el asunto. Una de nuestras preocupaciones era que se les fuera a olvidar o que no tuvieran espacio para nosotros ya qu Julia se tardaba mucho en contestar los mensajes de Héctor lo que nos hacía dudar si sí estábamos importunando a la feliz pareja.

El día de nuestra llegada, vimos en google maps que haríamos 1 hora y media así que le dijimos a Julia que llegaríamos en dos. Para no hacerte el cuento largo, resultó que el tráfico de Antigua a la Ciudad era EXAGERADO y terminamos haciendo ¡5 horas! Sin teléfono ni cómo communicarnos con Julia no tuvimos manera de avisarles que íbamos a llegar mucho después; sin embargo no nos preocupamos tanto porque ella nos comentó que iban a estar todo el día en la casa y que no nos apuráramos.

Imagínate nuestra sorpresa cuando, al llegar, Julia y Kristoff (su esposo) nos recibieron con carne asada, chorizo y las berenjenas más ricas que he comido en mi vida en una terraza hermosamente iluminada y preparada para cuatro. Cenamos, platicamos como si fuera la décima ves que nos veíamos y descubrimos que era una pareja además de muy agradable, bastante similar a nosotros, con hobbies compartidos e intereses parecidos. No estábamos seguros de cómo se iban a desenvolver los siguientes días, de cuál era su rutina y de cómo nos adaptaríamos nosotros a ella. Ya que la casa se econtraba en un fraccionamiento retirado de toda la zona central así como de mercados o supermercados (el más cercano estaba a 30 minutos en coche), habíamos decidido hacer un super suficiente para cuatro días y utilizar estos días para trabajar en todo el contenido que teníamos por editar y sacar pendientes.

Antes de irnos a dormir, le pregunté a Julia cuál era el super o tiendita más cercano para comprar algunas cosas (básicamente nuestra comida); en automático su cara se tornó a preocupación y me dijo que si me hacía falta algo de higiene personal ella tenía cosas que me podía dar si me urgía; cuando entendió que lo que quería era ir a hacer el super, muy sonriente nos dijo que ni nos preocupáramos, que ellos tenían suficiente comida para el tiempo que estaríamos y que no era necesario.

¡¿QUÉ?! ¿CÓMO? Algo no estoy entendiendo. ¿Qué diablos les dijo Héctor? Me desconecté por un tiempo de la plática porque lo único que pasaba por mi cabeza era: no vinimos a esto! Sí, esto nos ayuda a disminuir hospedaje, pero nunca la idea fue llegar de gorra. O sea…no me molesta no gastar mi dinero peeeeero el chiste no era no gastar nada.

Lo único que logró regresarme a la plática fue Julia haciendo planes en español/inglés/alemán con su esposo, el doctor en física cuántica que hablaba un 40% de español. Muy contenta, como si hubiera terminado de planear unas vacaciones a Disney, se volteó a preguntarnos si traíamos traje de baño porque así podríamos acompañar a Kristoff al club y relajarnos mientras ella estaba en la escuela. Otro día podríamos acompañarlos a su clase de yoga, pedir a domicilio de su restaurante japonés favorito para cenar y otro día acompañar a Kristoff a la escuela donde trabajaba Julia para comer juntos y conocer las instalaciones.

Mi cerebro no lograba comprender todo lo que estaba pasando. Cuando decidimos quedarnos con ellos no tenía una idea clara de cómo funcionaría la dinámica (y supongo que es diferente con cada persona que te quedes) pero honestamente JAMÁS me esperé tantísima hospitalidad.

Al día siguiente, después de haberme bañado en la regadera más caliente y con más potencia del mundo, nos alistamos para ir al Colegio Alemán. Toda la mañana que convivimos con Kristoff continuamos descubriendo que, en su buen español, era muy parlanchín, muy amable y, en mi opinión, muy tierno. Una de las frases que más decía y jamás se me van a olvidar era: “Nosotros somos muy felices de tenerlos aquí” **. Héctor y yo nos dimos una vuelta por el colegio mientras Julia terminaba clases y Kristoff salía de su lección de español, al volver fuimos a comprar nuestros boletos de la comida (recuerden que estabamos en una escuela) y Kristoff, se adelantó, compró los nuestros y no nos quiso recibir el dinero.

Yo ya no sabía si sentirme alegrada o apenada, pero decidí fluír. Sentí que me acababan de adoptar estos dos alemanes quienes, por cierto eran menores de 40. El día que pedimos a domicilio de su restaurante japonés favorito, Julia, de nuevo, no nos dejó pagar y, cuando le estábamos diciendo que la siguiente la pediríamos nosotros nos dijo: bah, ustedes ahorita enfóquense en seguir viajando, usen su dinero para eso.

. . .

. . .

Mi corazón se hizo pacita.

Los días pasaron, tomamos la clase de yoga, logramos comprar un poco de super con nuestro dinero (yei!), platicamos mucho con ellos, aprendimos de su vida en Alemania, su impresión de Guatemala, sus planes a futuro, una que otra cosa de física cuántica (ha!), nos recomendaron libros, juegos de mesa y nos enteramos que Julia probablemente iría a un congreso a México. Uff! Cuántos planes comenzamos a hacer en nuestra mente, cuántos planes comenzamos a hacer con ellos.

Íbamos a salir 25 días de la Ciudad de Guatemala para ir a Lanquín, Flores, Belice, y Cayo Corker, para después quedarnos quietos 2 meses en la Ciudad de nuevo. Dos meses en los que podríamos convivir seguido con nuestros amigos alemanes. Jugaríamos juegos de mesa, pasearíamos en el centro, ahora sí nosotros invitaríamos la comida o la cena y por qué no, podríamos echarnos una excursión.

Al poco tiempo de haber regresado a Guatemala desde Cayo Corker, el coronavirus llegó a Guatemala y bueno…supongo que ya sabes todo el relajo por el que pasamos durante nuestra cuarentena, cómo volvimos a México y todas las patoaventuras que nos tocaron.

Tuvimos que despedirnos de Julia y Kristoff por mensaje, deseándonos lo mejor, mucha salud en este tiempo de aislamiento y nos fuimos con la ilusión y la esperanza de volver a ver a nuestros amigos algún día y regresarles un poco de lo mucho que hicieron por nosotros.

**nota mental, el idioma español resulta demasiado confuso para los extranjeros. Ser – permanente. Estar – temporal

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